Es conocida la trayectoria de Henri de Lubac primero marginado por lo que algunos entendieron incomprension de sus ideas, lo que implicaba al mismo papa Pio XII, para ser luego rehabilitado al punto de hacerlo guía del Concilio Vaticano II, y de que incluso Juan Pablo II dedicara en su enciclica Fe y razón una rehabilitación del inspirador primero de Henri de Lubac, Blondel, en su momento también refutado sin miramientos por San Pío X. Sin embargo hay cuestiones problemáticas que subsisten, al menos para poder explicar como los textos limpios del Concilio fueran seguidos por el rupturismo y la secularizacion posconciliar empezando por toda una generación de teólogos desde entonces.
Es cierto que los textos finales del Concilio, como Gaudium et Spes, son sólidos desde un punto de vista doctrinal cuando se leen con un ojo crítico y fundado. Están enraizados en la tradición y contienen un lenguaje cuidadoso para mantener la ortodoxia. Sin embargo, el proceso de redacción, marcado por influencias filosóficas y teológicas no siempre visibles o reconocidas, generó un subtexto de prácticas intelectuales y metodológicas que tuvieron un impacto más amplio que el propio contenido explícito del texto. Estas dinámicas incluyen la selección de redactores como Pierre Haubtmann, cuyo mérito principal era su monumental obra sobre uno de los padres fundadores del anarquismo, Proudhom, no eran evidentes para la mayoría de los participantes, pero que jugaron un papel significativo en el tono y la orientación del texto. Haubtmann fue llevado a estudiar a Proudhon por Henri de Lubac, quien ya había explorado el pensamiento del socialista francés utilizando su método apologético basado en la inmanencia, un enfoque que aplicó también a otros autores humanistas y ateos. Este método buscaba encontrar "puentes" en las aspiraciones éticas y filosóficas de autores no cristianos.
El subtexto generado por estas influencias fue menos vigilado y quedó abierto a interpretaciones amplias, dando lugar a una psicología intelectual teológica que priorizaba el diálogo y la integración con corrientes externas, abriendo una caja de pandora, en consecuencias bien conocidas.
Esta actitud generó una herencia psicológica en muchos teólogos y líderes eclesiales del posconcilio: la percepción de que era legítimo el dialogo textual de ideas como método apologéticoEn la práctica, esta dinámica creó un marco permisivo en el que el método implícito que guió los escritos en el Concilio se expandió de manera descontrolada, dando lugar a corrientes de pensamiento que se alejaron de la tradición no ya humana sino divina.
Aunque los textos finales, como se ha señalado, son impecables desde un punto de vista doctrinal, la ambigüedad y las dinámicas ocultas en su redacción facilitaron lecturas que no respetaban la intención original del Concilio. Esto creó un espacio para lo que algunos han denominado "heterodoxia posconciliar": una interpretación del Concilio que, en lugar de reforzar la tradición, promovió una ruptura percibida con ella. Más que el contenido explícito, fueron las prácticas intelectuales subyacentes las que definieron el legado del posconcilio. Esto incluye una metodología que priorizaba la integración de ideas externas sobre la claridad doctrinal y una psicología que veía en el Concilio una "vía libre" para explorar sin límites. Estas dinámicas no solo influyeron en el posconcilio inmediato, sino que también moldearon generaciones posteriores de teólogos y líderes pastorales. La idea de que la fe podía ser enriquecida por un diálogo "constructivo" con cualquier corriente filosófica o teológica se convirtió en una práctica común, incluso cuando ello comprometía la integridad doctrinal poniendo de relieve lo que toda la espiritualidad ya conocía: no se debe dialogar con la serpiente so pena de recoger frutos envenenados.
El enfoque apologético de Henri de Lubac, inspirado en Maurice Blondel y su método de inmanencia, ha sido objeto de críticas fundamentales, especialmente en lo que respecta a su eficacia para dialogar con pensadores humanistas ateos y post-cristianos en sus propios textos. Este método, que buscaba conectar la fe cristiana con las inquietudes más profundas de la naturaleza humana mediante un lenguaje filosófico común, parece haber tenido limitaciones significativas, particularmente en relación con aquellos que habían adoptado una postura deliberada de rechazo al cristianismo.
El problema principal radica en que los pensadores humanistas ateos, como Nietzsche, Marx o Proudhon, no sólo rechazan a Dios, sino que construyen sus sistemas filosóficos como una oposición explícita al cristianismo. Estas posiciones no son meramente agnósticas o de duda sincera, sino que reflejan una postura ya tomada, una especie de apostasía deliberada que implica un rechazo activo y consciente del cristianismo como etapa superada o incluso como enemigo. Pretender que los que asumen ese pensamiento, haciendo como que están en un malentendido y puedan ser atraídos hacia la fe simplemente mediante un diálogo filosófico que les muestre la razonabilidad del cristianismo, es una presunción que ignora tanto la naturaleza de su postura como la dinámica espiritual de la conversión.
La fe no se inyecta a través de argumentaciones ni de estrategias intelectuales. Es un don gratuito de Dios que solo puede ser recibido si el terreno del corazón está preparado para acogerlo. Sin embargo, los humanistas ateos suelen representar un terreno profundamente condicionado por su rechazo explícito a Dios, lo que dificulta cualquier apertura genuina a la trascendencia. En este sentido, el método de de Lubac parece subestimar la dimensión espiritual y sobrenatural de la conversión, confiando en exceso en la capacidad de la razón humana para abrir camino a la fe.
El riesgo del método inmanentista también radica en la posibilidad de reducir el cristianismo a una mera respuesta a las inquietudes humanas. Al intentar encontrar puntos de contacto con el pensamiento ateo, se corre el peligro de horizontalizar la fe, subordinándola a las categorías de la razón y perdiendo su dimensión trascendental. Esto no solo puede llevar a una dilución del mensaje cristiano, sino que también puede resultar en una falta de frutos concretos, como se ha observado históricamente. No hay evidencia sustancial de que pensadores humanistas ateos o sus discípulos hayan sido atraídos por este enfoque apologético, lo que refuerza la impresión de su ineficacia práctica.
El único resultado visible del método de de Lubac
Fue alentar la convicción de que la Iglesia ya no podría oponerse por principio al humanismo ateo, al reconocer elementos válidos en él. Esta postura, que pretendía seguir el modelo histórico de integración del pensamiento griego en el cristianismo, terminó produciendo un efecto diferente y peligroso: lejos de integrar lo valioso del humanismo ateo de manera ordenada, inficionó la propia teología, generando una tendencia entre los teólogos posconciliares a explorar acríticamente lo "bueno" de los modernos sistemas de pensamiento que son consustanciales al terreno del ateísmo. En lugar de fortalecer la doctrina, este enfoque debilitó la claridad teológica y favoreció un relativismo que diluyó la identidad doctrinal de la Iglesia en algunos sectores.
La apologética, aunque valiosa para clarificar la fe y fortalecer a los creyentes, tiene límites claros cuando se enfrenta a aquellos que han adoptado una postura hostil o irreductiblemente racionalista. La conversión no es fruto de una buena argumentación filosófica, sino de la acción de la gracia en un corazón dispuesto. Pretender que reflexionando filosóficamente estos pensadores cambiarán de posición parece una empresa destinada al fracaso, pues la gracia opera en un plano que trasciende las capacidades humanas.
Históricamente, el cristianismo ha encontrado su mayor poder de atracción no en el discurso filosófico, sino en el testimonio auténtico de los creyentes. La santidad de vida, el amor radical y la coherencia de las acciones son herramientas mucho más poderosas para abrir los corazones que cualquier esfuerzo por hablar el lenguaje filosófico que los ateos pensadores no puedan evitar. Es el testimonio personal, no el razonamiento abstracto, lo que a menudo genera una apertura hacia la gracia y la fe.
En conclusión, aunque el método apologético de de Lubac tenía la intención de tender puentes entre la fe y la razón, su eficacia para atraer a pensadores humanistas ateos es muy limitada. Estos individuos no solo rechazan la fe, sino que se sitúan en una posición diametralmente opuesta a ella, haciendo casi imposible que un diálogo filosófico pueda resultar en conversión. Además, al fomentar la aceptación acrítica de elementos válidos en el pensamiento ateo, el método contribuyó indirectamente a la confusión teológica en el período posconciliar, llevando a una tendencia desordenada de explorar y adoptar aspectos de sistemas filosóficos modernos incompatibles con la fe. Esto subraya la necesidad de revalorizar la centralidad de la gracia, la evangelización directa y el testimonio personal como las herramientas principales para transmitir el mensaje cristiano al mundo. La fe no depende de argumentos, sino de una apertura al don de Dios, algo que ningún método filosófico puede garantizar.
Añadir un comentario