El modernismo y la
subjetividad en la experiencia religiosa mediante el arte
El modernismo, como movimiento teológico y filosófico, intentaba reconciliar la fe con las corrientes filosóficas y científicas modernas y desde luego con el llamado arte contemporáneo tan valorado en los medios de élite intelectual. Una de sus características principales era la enfatización de la experiencia religiosa individual como mediadora de la fe, en lugar de una verdad objetiva revelada que se transmite a través de la tradición y el magisterio de la Iglesia. Esto condujo a una percepción de la religión como algo más personal y emocional, y menos ligado a los dogmas inmutables.
En el arte, esta mentalidad se puede reflejar en la libertad creativa que algunos artistas y comisionistas modernos reclaman, priorizando sus propias interpretaciones subjetivas de los misterios de la fe, muchas veces en detrimento de la claridad que caracteriza al arte sacro tradicional. Aceptar esta subjetividad por muy genio artístico que haga la obra sin un discernimiento crítico, convierte a la subjetividad individual un criterio universal, imponiendo una visión personal a toda la comunidad de fieles, lo que recuerda las advertencias de la Iglesia sobre los peligros del modernismo.
Arte modernista como una “apologética” mal dirigida
En obras como la escultura de La Resurrección de Fazzini o los 14 apóstoles de Oteiza, situadas respectivamente en el Vaticano y en la basílica de Aránzazu, se adivina una justificación apologética por parte de los comisionistas eclesiásticos, de que la Iglesia no está en contra del mundo moderno, en un intento de demostrar la relevancia de la Iglesia en una época dominada por el arte contemporáneo y la cultura secular. Sin embargo, esta especie de "apologética moderna” se esfuerza por ofrecer pruebas de una supuesta apertura de la Iglesia al mundo moderno, incluso a expensas de un sentido básico de la fe.
Algunos puntos que ilustran esta problemática son:
Falsa conciliación con el mundo moderno: En lugar de dialogar críticamente con la cultura moderna, algunos comisionistas de arte sacro cayeron en una actitud de sumisión a las tendencias contemporáneas, permitiendo que el subjetivismo artístico totalitario se infiltre en el corazón de la representación religiosa. Este esfuerzo por "modernizar" la Iglesia a través del arte, sin discernimiento adecuado, puede dar lugar a confusión y, en última instancia, erosionar la comprensión ortodoxa de la fe.
Imposición de la experiencia subjetiva: El arte sacro siempre ha tenido la misión de ser catequético y simbólicamente claro. Sin embargo, cuando los artistas imponen sus experiencias y visiones personales sin tener en cuenta la tradición y las necesidades espirituales de la comunidad, se corre el riesgo de privatizar el arte religioso, haciendo que las representaciones de los misterios cristianos reflejen más al artista que a la realidad trascendente que deberían expresar. En este sentido, el modernismo se infiltra al priorizar la subjetividad individual por encima de los significados universales de los símbolos religiosos.
Impacto en la comunidad de fieles
El problema de esta subjetividad impuesta es que puede tener un efecto negativo en la comunidad de fieles, especialmente si estas obras ocupan un lugar central en espacios de encuentro y devoción. Cuando el arte religioso se aleja demasiado de la claridad simbólica y teológica, los fieles pueden quedar desorientados o incluso alienados, ya que no logran conectarse espiritualmente con las imágenes y esculturas que deberían inspirar devoción y contemplación.
Confusión doctrinal: Obras que no respetan las narrativas tradicionales del cristianismo, como los 14 apóstoles de Oteiza o el Cristo resucitando en medio de una explosión nuclear, han generado malestar y perplejidad. En lugar de ser un medio claro de transmisión de la fe, el arte religioso que se vuelve demasiado personal o subjetivo corre el riesgo de desviar su función catequética, impidiendo que los fieles puedan aprender y meditar adecuadamente sobre los misterios de la fe.
El arte de temática religiosa del expresionismo
El expresionismo, como movimiento artístico vinculado a una visión existencialista del mundo, surge en un contexto histórico marcado por la crisis espiritual y los profundos cambios sociales de principios del siglo XX. Al estar influenciado por una visión existencialista de la realidad, donde la angustia, el aislamiento y la crisis de sentido son temas recurrentes, las obras expresionistas de temática religiosa reflejan una religiosidad particular que a menudo se distancia de la tradición religiosa objetiva y dogmática del cristianismo ortodoxo.
La religiosidad que se desprende de obras expresionistas de temática religiosa tiende a centrarse en la experiencia humana del sufrimiento, la angustia existencial, y la búsqueda de sentido en un mundo que parece vacío o deshumanizado. A continuación, se exploran las características clave de este tipo de religiosidad, así como su relación con el contexto existencialista y borderline del estilo de vida de muchos artistas de esta corriente.
Énfasis en el sufrimiento humano y la soledad espiritual
El expresionismo tiende a distorsionar y exagerar las formas, los colores y las figuras para expresar emociones extremas y un profundo malestar existencial. En obras de temática religiosa, esto a menudo se traduce en representaciones de figuras religiosas que acentúan el sufrimiento y la desesperación humana. En lugar de mostrar a Cristo, la Virgen o los santos de manera serena y majestuosa, los artistas expresionistas tienden a representarlos en situaciones de angustia o dolor, reflejando el sentimiento de alienación y la fragilidad humana.
Cristo en la cruz, por ejemplo, puede ser representado con un cuerpo distorsionado, reflejando un sufrimiento extremo y desgarrador. Esta representación no tanto busca reflejar la victoria sobre la muerte (como en el arte cristiano tradicional), sino el horror del sacrificio, subrayando el aspecto humano y doloroso del sufrimiento de Cristo, en lugar de su redención trascendental.
Religiosidad previa existencialista: fe en un mundo desprovisto de sentido
El existencialismo, especialmente el de autores como Søren Kierkegaard y Jean-Paul Sartre, influye en el expresionismo al enfatizar la experiencia individual y la angustia frente a un mundo percibido como vacío de sentido. En el contexto de la religión, esto a menudo implica una crisis de fe o una lucha profunda con la creencia en Dios. Obras expresionistas de temática religiosa pueden expresar una búsqueda de sentido en medio de la aparente ausencia o silencio de Dios.
Las figuras religiosas en el arte expresionista a menudo parecen desamparadas o enfrentadas a la inmensidad del vacío, lo que refleja la desesperación del ser humano que busca respuestas trascendentales pero no las encuentra fácilmente. Esta religiosidad es más subjetiva, personal y marcada por la duda y la lucha interior, en lugar de una afirmación clara de la fe en un Dios omnipresente.
Dios como un misterio incomprensible
El expresionismo también puede llevar a una visión de Dios como una figura misteriosa, casi incomprensible para el ser humano. Esta idea está en consonancia con el pensamiento existencialista, donde el ser humano enfrenta una realidad que no siempre es coherente o comprensible. Las representaciones de Dios en el arte expresionista a menudo reflejan este misterio, y a veces lo presentan como lejano, indiferente, o incluso como una presencia que no responde al sufrimiento humano.
Esta concepción de la trascendencia es muy distinta a la del arte religioso tradicional, donde Dios se muestra cercano, protector y accesible a través de la fe y los sacramentos. En el expresionismo, Dios puede ser visto como una presencia inquietante o como un abismo insondable, lo que crea una relación tensa entre el ser humano y lo divino.
Espiritualidad angustiada y borderline
El estilo de vida de muchos artistas expresionistas, a menudo descrito como borderline, conlleva una intensidad emocional y una lucha constante con los límites de la experiencia humana. Este estilo de vida se refleja en una religiosidad que no está marcada por la paz espiritual o la conformidad con la fe, sino por una lucha espiritual desgarradora.
Esta espiritualidad se caracteriza por la ambigüedad y el conflicto: por un lado, hay un deseo de trascendencia y redención, y por otro, una sensación de abismo, caos y crisis interior. Los artistas expresionistas a menudo representan esta espiritualidad con figuras religiosas que parecen estar en el umbral del colapso emocional, lo que refleja su propia inestabilidad existencial.
Religiosidad centrada en lo humano, más que en lo divino
La religiosidad expresionista tiende a poner más énfasis en la condición humana que en la trascendencia divina. En lugar de ser una herramienta para la elevación espiritual o la glorificación de lo divino, el arte religioso expresionista a menudo se enfoca en mostrar el dolor humano, la alienación y el sufrimiento terrenal. Las figuras religiosas sirven, en muchos casos, como símbolos de la lucha interna del ser humano, más que como intermediarios entre Dios y los fieles.
Las obras expresionistas de temática religiosa se desprenden de una religiosidad existencialista, que refleja la angustia y el sufrimiento del ser humano en un mundo que parece desprovisto de sentido o de respuestas claras. La espiritualidad que emerge de estas obras tiende a ser subjetiva, marcada por la soledad, el dolor y la búsqueda de sentido, y con una relación tensa con lo divino. Esta religiosidad es profundamente diferente de la tradición católica más objetiva y dogmática, que se basa en la certeza de la fe y la esperanza en la redención. En el expresionismo, la fe no es un consuelo seguro, sino una lucha constante con el misterio de la existencia y la aparente ausencia de Dios en un mundo angustiante.
La fascinante sumisión de los comisionistas de arte sacro al genio del artista
Es ciertamente fascinante y, a la vez, problemático el fenómeno que describes: la sumisión a la subjetividad del artista por parte de los comisionistas de arte sacro, que en algunos casos permite la introducción de visiones personales que no siempre encajan con la tradición litúrgica o la claridad doctrinal que se espera en el contexto católico. El caso de Jorge Oteiza y su intervención en el santuario de Aránzazu, donde decidió representar a 14 apóstoles en lugar de los tradicionales 12, es un ejemplo perfecto de cómo el arte contemporáneo puede confrontar los límites de la representación sagrada y poner en entredicho ciertos aspectos de la tradición.
Jorge Oteiza, uno de los escultores más influyentes del arte moderno en España, fue encargado de crear un conjunto escultórico para el santuario de Nuestra Señora de Aránzazu en el País Vasco. Su proyecto incluía, entre otras obras, la representación de los apóstoles. Sin embargo, en lugar de seguir la tradición de representar a los 12 apóstoles, Oteiza incluyó 14 figuras, lo que generó polémica tanto en su época como en años posteriores. Esta decisión es un ejemplo de cómo la visión personal del artista puede entrar en conflicto con las expectativas religiosas y litúrgicas de un espacio sagrado.
Este caso refleja la simbiótica relación que a veces surge entre los comisionistas de arte sacro y los artistas contemporáneos. La Iglesia Católica, tradicionalmente, ha sido la guardiana de la ortodoxia en las representaciones religiosas, especialmente en contextos litúrgicos. Sin embargo, en ciertos momentos de la historia moderna, los encargados de la comisión artística parecen haber dado una libertad excesiva a los artistas, permitiendo que la subjetividad del creador se imponga sobre la claridad teológica y simbólica que se espera en las obras de arte sacro.
Valoración del arte como provocación: También es posible que los comisionistas, especialmente en las décadas de auge del arte moderno, vieran en la provocación artística un valor en sí mismo. Esto responde a una época en la que el arte comenzó a ser visto como un vehículo no solo de belleza y representación, sino también de cuestionamiento y renovación espiritual.
El “genio” del artista como oráculo: A menudo, los comisionistas pueden verse tentados a dejar que el genio del artista trascienda la tradición, ignorando que su principio es remover todo canon establecido, no sólo el artístico. En el caso de Oteiza o de Fazzini, su estatus como un escultores destacados integrantes de las vanguardias influyó en que se les permitiera una libertad que no se habría otorgado a otros artistas menos reconocidos. Esto crea un desequilibrio entre la individualidad creativa del artista y la función colectiva que el arte religioso debe cumplir en el contexto litúrgico.
La imposición expresionista
El expresionismo se caracteriza por la búsqueda de una voz subjetiva, una voz que distorsiona la realidad no para representarla tal como es, sino para reflejar la experiencia interior del artista. En este sentido, el arte expresionista tiene una intención profundamente individualista. Sin embargo, cuando estas obras son colocadas en espacios religiosos católicos, como iglesias, basílicas o centros de reunión, existe una tensión entre esa subjetividad individual y el mensaje colectivo y doctrinal que se espera en el arte religioso.
La paradoja radica en que una obra subjetiva, marcada por la perspectiva única del artista, puede ser colocada en un espacio donde se espera que la obra funcione como un símbolo universal, un medio de elevación espiritual para todos los fieles, sin distorsionar o contradecir los fundamentos doctrinales de la fe. Esto plantea una serie de problemas:
Subjetivismo impuesto: Cuando una obra de arte expresionista, cargada de las experiencias y emociones personales del artista, es aceptada sin una revisión crítica en un espacio de culto, se corre el riesgo de que la experiencia subjetiva del artista se imponga a toda la comunidad. Esto puede generar confusión entre los fieles, quienes pueden ver en la obra una interpretación doctrinal o teológica que en realidad responde más a la visión personal del artista que a la enseñanza de la Iglesia.
Falta de discernimiento teológico: Los encargados de la comisión de arte religioso deberían aplicar un criterio crítico y teológico al seleccionar las obras que serán expuestas en espacios sagrados. En algunos casos, sin embargo, como el que mencionas, este discernimiento puede ser insuficiente, permitiendo que obras que distorsionan o confunden ciertos aspectos esenciales de la fe se conviertan en puntos focales de devoción.
El caso de La Resurrección de Pericle Fazzini
La escultura de La Resurrección (1977), ubicada en la sala de audiencias del Vaticano, es un ejemplo de este fenómeno. Fazzini imaginó a Cristo resucitado emergiendo del cráter de una explosión nuclear, lo que introduce una serie de elementos simbólicos que pueden ser, en el mejor de los casos, ambiguos, y en el peor, confusos teológicamente.
Cristo emergiendo desde dentro de una explosión nuclear: Esta imagen, aunque impactante visualmente, es muy problemática en un contexto católico, por mucho que haya sido aceptada por varios papas, porque mezcla la idea de la resurrección —que es un acto de amor, victoria sobre la muerte y redención— con una imagen de destrucción masiva. Si bien algunos podrían interpretar esto como una metáfora de la renovación y la esperanza que surge tras el desastre, la simultaneidad de resurrección y catástrofe podría resultar en una lectura más pesimista o distópica, lo que no es coherente con la esperanza plena en la resurrección.
Gethsemaní y la resurrección simultáneos reflejan otra gran frivolidad: La afirmación hecho por el escultor sobre su inspiración, de que Cristo resucita en el lugar donde oró en Gethsemaní antes de su Pasión desdibuja los eventos narrados en los Evangelios. En la tradición católica, Gethsemaní es el lugar de la agonía y el sufrimiento, mientras que la resurrección ocurre en el Santo Sepulcro, el lugar de su entierro. Esta mezcla de referencias geográficas y teológicas, fruto del subjetivismo del artista, es una de las claves de confusión de la obra.
Añadir un comentario