Crónica de los asesinatos en martirio tomada del libro Dolor y Triunfo. Padre Aracil. 1944.
MARTIRIO CRUEL DADO EN AZUAGA (1936) A LOS FRANCISCANOS DE FUENTE-OBEJUNA Y A SIETE SEÑORES CON ELLOS LLEVADOS
Por ser nuestros Frailes los últimos a sucumbir en Azuaga y por su cualidad de religiosos, fueron víctimas de la máxima crueldad marxista, que se superó a sí misma en el tormento.
Nadie hubiera podido sospechar que por ser buenos, por vivir consagrados por entero a obras de piedad, de caridad, de educación, pudiera haber empeño en torturarles con los mayores tormentos. Nuestros Padres de Fuente-Obejuna llevaban a cabo en aquella comarca una labor benéfica y socialmente civilizadora, de cultura y de amor, prodigando a raudales sus bondades. Éstas, y su pobreza y humildad, parecían ponerles a cubierto de cualquier odio y venganza; y precisamente por esto, porque en el ideal comunista se pretendía desarraigar de las conciencias de los hombres todo sentimiento de justicia, de cultura, de civilización, de bondad, asestaron con preferencia y con más placer el tiro de sus armas sanguinarias contra cuantos encarnaban religión y orden. Por eso escogieron también a nuestros Frailes de Fuente-Obejuna los fieros rojos de Azuaga para saciar en ellos con preferencia, sus instintos sanguinarios de hiena, hasta casi agotar la capacidad de sufrimiento concedida a la sensibilidad humana.
Nada sabíamos nosotros de ellos desde antes del Movimiento; y vivíamos intranquilos por su suerte. Las primeras noticias nos las dió el General Queipo de Llano con sus charlas, desde el micrófono de Radio-Sevilla, que se ocupó varias noches de ellos; y luego, más detalladamente, los corresponsales militares de prensa que relataban con algunos pormenores su violento y bárbaro martirio. El natural sentimiento que su muerte nos causó vióse mitigado por el valiente heroismo por ellos manifestado en seguir fieles a su vocación hasta el fin, con la gloria envidiable del martirio, con que Dios quiso coronar sus sienes. No podremos borrar nunca de la memoria la impresión que nos causó, mezcla de consuelo y de pena, un suelto de El Correo de Andalucía, del 26 de septiembre de 1936, en el que daba cuenta de la toma de Azuaga y de la muerte de nuestros Religiosos. Las lágrimas asomaban en los rostros de muchos de nosotros. Decía así la noticia:
«Repugnantes asesinatos. –El pueblo de Azuaga acogió a las tropas con entusiasmo una vez pacificado. Se izó la bandera y se organizó una manifestación dando vivas a España y al Comandante Gómez Cobián.
»Los vecinos informaron que los rojos han cometido estos días horribles asesinatos en personas de orden. Se les detenía en sus casas y después se les asesinaba, y para ahorrar municiones, se les ejecutaba con hacha, haciéndoles pasar horribles sufrimientos.
»Sube la indignación al conocer el martirio de cinco padres franciscanos del convento de Fuente-Obejuna, que fueron traídos presos por los rojos.
»Les hicieron comparecer ante lo que ellos llamaban un Tribunal popular y les llenaron de insultos y blasfemias.
»El que hacia de fiscal, antiguo presidiario y criminal, les preguntó si creían en Dios y en Jesucristo, y como contestaran afirmativamente, los apaleó.
»Después les dijo:
»-Pues ahora vais a tener que blasfemar como lo hago yo.
»Los Padres se negaron rotundamente y prorrumpieron en alabanzas a Dios, cuando el energúmeno pronunciaba una blasfemia.
»Les amenazó con un martirio horrible si no blasfemaban, y los religiosos se negaron con más firmeza, diciendo que podían hacer con ellos lo que quisieran, pero que ellos seguirían bendiciendo y alabando a Dios.
»Entonces los sicarios cortaron la lengua a los religiosos con una navaja barbera, haciéndoles sufrir muchísimo. Después les cortaron las orejas y por último los sacaron a empellones, sangrando horriblemente, y los fusilaron.
»Los religiosos, como no podían hablar, tenían una actitud orante con los ojos levantados al cielo, y así recibieron la criminal descarga.»[1].
Otro periódico, el A B C, de Sevilla, en un artículo firmado por Gil Gómez Bajuelo, con el título Días rojos en Azuaga, decía:
«Siete frailes franciscanos de Fuente-Obejuna, también fueron muertos en Azuaga. Los trajo Maltrana, un siniestro personaje; alcalde de Llerena. Todos murieron mártires, irritando a sus verdugos, que a toda costa querían que blasfemasen.
»A uno le cortaron las orejas, le vaciaron los ojos y, como aun siguiese gritando ¡Viva Cristo Rey!, le derribaron de un culatazo de fusil en la boca.»[2].
Así mismo La Unión, también de Sevilla, con el título de Azuaga, Granja, etc. sin firma, publicaba: «También mataron a siete frailes franciscanos que trajeron de Fuente-Obejuna. En estas víctimas se- manifestaron cruelmente los instintos criminales de estas hordas. Dicen que fueron muertos lentamente para obligarles a gritar ¡Viva el comunismo!, sin que con los horribles sufrimientos lo consiguieran. Sus últimas palabras fueron ¡Viva Cristo Rey!»[3].
El periódico de Badajoz Hoy, firmado en Azuaga por H. Pinilla, 11 de octubre, traía un artículo sobre las crueldades de Azuaga, encabezado: En la prisión de Azuaga se vivieron días de las Catacumbas; y al ocuparse de nuestros religiosos escribía: «A siete frailes que trajeron de Fuente-Obejuna les cortaron la lengua y las orejas porque no lograron que blasfemaran.»[4]
El Informe Oficial se ocupó también de ellos en estos términos: «Se cita como caso extremo de crueldad, las torturas sufridas por siete frailes y siete seglares, traídos de Fuente-Obejuna, a los que recluyeron primeramente en una celda de reducidísimas dimensiones, teniéndoles allí durante cuarenta y ocho horas sin comer ni beber, e invitándoles a blasfemar, sin conseguirlo. Relata un testigo presencial que entre los frailes torturados había uno que se distinguía por su templanza y heroismo; a él se dirigieron los rojos que, desesperados, le dispararon un tiro, hiriéndole de gravedad. Una vez caído y agonizante, le rodearon, cantándole coplas alusivas a su sagrado cargo, hasta que el mártir murió dando vivas a Cristo Rey. Los restantes frailes y seglares perecieron también sufriendo análogas torturas.»[5].
Por indagaciones personales hechas por nosotros sobre el sitio nos confirmamos de que no eran del todo exageradas las informaciones de la prensa. Preguntamos a unos y a otros, oímos a varios de los testigos que presenciaron el martirio, y hasta topamos con el chófer que los llevó al cementerio y presenció su fusilamiento; y sacamos la plena convicción de que la muerte de nuestros Religiosos entra en la categoría del martirio, y podemos muy bien compararla a la de los tiempos de la epopeya áurea del primitivo martirologio. En nuestro poder obra la deposición jurada de aquellos testigos, que corrobora lo dicho por la prensa sobre el martirio heroico de nuestros Religiosos y de sus siete compañeros seglares. A ellos dejaremos hablar, trasladando sus palabras, de cuya autenticidad respondemos, aunque por elemental prudencia no demos a conocer enteramente sus nombres. Cuanto va entre comillas es declaración de .los testigos. Cuando sea más de uno el que confirme un hecho, traeremos su autoridad en nota. Quien más detalles nos da es M. M. G., que estuvo encarcelado 43 días y salió de la cárcel el 26 de septiembre, cuando entraron las tropas nacionales en Azuaya. A él cedemos la palabra.
«Hacia la una de la madrugada del 21 de septiembre, llegaron catorce personas de Fuente-Obejuna, entre ellas siete Frailes. Les pusieron en unos calabozos en los cuales permanecieron hasta las once o doce de la noche. En todo el día no les dieron nada de comer; y sólo agua, si la pidieron.
»Por la mañana les hicieron fregar el piso de las celdas y patios; primero a dos, uno bastante grueso y fuerte, de unos 32 a 35 años; el otro, algo más delgado, de barba fuerte y negra,. Éste no se daba tanta maña, y el otro hacía el trabajo. Tenían siempre presentes a los escopeteros, que les insultaban y se burlaban de ellos. Luego sacaron otros dos; uno de ellos seglar, conocido suyo –don José Fernández de Henestrosa -, el otro era un religioso joven, a quienes hicieron barrer y limpiar el corral. Después sacaron otros dos.»[6].
La misma operación de fregar el suelo obligaron hacer a un tercer religioso, en la iglesia del Santo Cristo del Humilladero, de, diez a once de la mañana, llevado por cuatro escopeteros. Por las referencias habidas, y aplicando a los individuos las indicaciones, debió ser éste el P. José Azurmendi[7] y los otros dos el P. Félix Echevarría y Fr. Antonio Sáez de Ibarra.
«Hacia las once de la mañana, prosigue el señor M., sacaron uno a uno a todos los detenidos al patio de la cárcel para declarar.» Aunque no lo sabemos, debía versar el interrogatorio y su correspondiente declaracíón sobre el oficio, profesión y estado, sobre el sitio donde tenían escondidas las armas, quiénes eran los jefes del complot y otras insulseces por el estilo, para justificar de alguna manera su criminal obrar.
«Después de declarar todos ellos, los volvíeron a sus celdas, y, sacando a uno de los Religiosos, al patio de la cárcel, le obligaron a blasfemar. El Religioso se resistió y se negó. Al no conseguirlo, le dispararon un tiro y le mataron y, envolvíéndole en una manta, le sacaron.»[8].
«Después de matarle, se decían entre sí los milicianos:
»- ¡Vaya, qué tíos estos; se dejan matar antes que blasfemar! Dicen: ¡Nos matarán, pero no conseguirán hacer que blasfememos!»
»Nosotros mismos oímos a uno del pueblo comentar el valor y valentía de este religioso asesinado en la cárcel, de esta manera:
»-¡Vaya valor! A viva fuerza querían hacerle blasfemar, y él, no pudiendo contenerse ante tanta insistencia y porfía, se encaró con él amenazándole, lo cual visto por un compañero miliciano, que juntamente con él se estaba mofando del fraile, le disparó y le dejó muerto allí.»
Este Religioso, fusilado al mediodía en la cárcel, fué, según nuestro parecer, el P. José Azurmendi. Nos fundamos en ello, por encajar muy en su manera de ser aquella actitud observada con el importuno blasfemo; por la creencia del pueblo que era aquel muerto el Superior, pues aunque no lo era, su aspecto y ancianidad, le denunciaban ante el público como tal; y además, porque al exhumar los cadáveres únicamente el suyo aparecía envuelto en una especie de manta o sobreveste. Que no era el P. Félix, Superior de los Religiosos, es evidente, porque éste murió a medianoche, como veremos.
Al notar los Padres y los demás compañeros la muerte de este Religioso, debieron convencerse más todavía del peligro en que estaban, y con oraciones y con actos de amor y arrepentimiento se reconciliarían más con Dios todavía y se dispondrían al sacrificio, ya que vieron que hasta el alimento del cuerpo les negaban sus carceleros. «Durante toda aquella tarde –prosigue diciéndonos el señor M.- no salieron de la celda para nada. Los milicianos, en cambio, hacían acto de presencia desfilando por los pasillos (desde los cuales se ve por una ventana el interior de la celda) y preguntando por los frailes y befándose de ellos.»
«A las nueve de la noche les cambiaron de celda, poniéndoles más cerca de la puerta. Hacia las diez y media, les sacaron al corralillo, uno por uno, y les hicieron preguntas acerca de su profesión, propiedades, procedencia, etc., etc. Seguidamente comenzó la diversión con los frailes. Les pusieron en fila en el pasillo, y los milicianos pasaban por delante de ellos y les insultaban y se burlaban con escarnio.» Sabemos, por otro testigo, que a Fr. Simón Miguel le preguntaron:
- Tú, tan joven, ¿cómo estás metido entre los frailes? ¿Por qué no estás trabajando?
Él contestó:
- Mis padres me dieron esta vocación y me hice fraile.
- ¿Qué oficio tienes?
- Yo soy cocinero.
- ¿De dónde eres?
- Yo soy de Zamora.
- Ahora debes dar un viva al comunismo.
- Yo diré lo que queráis, basta que no me matéis.
Y le obligaron a decir viva el comunismo. Luego le propusieron que blasfemara. Y entonces él replicó enseguida valiente:
- Eso no lo digo yo.
Y no hubo manera de conseguir que repitiera la blasfemia que aquellos le proponían[9]. A todos los demás les obligaron, igualmente, a blasfemar, y les pegaron enormes palizas, pero aquellos labios fervorosos, desplegados tantas veces para bendecir y perdonar, acostumbrados a la oración, no saben desplegarse más que para alabar y bendecir a Dios, para gritar enardecidos: ¡Viva Cristo Rey!
- Me mataréis cien veces, si queréis –dijo uno de ellos- pero no lograréis oír de mí una blasfemia[10].
Se enfurecen los verdugos, les golpean con vergajos de cauchú y les atormentan frenéticamente para arrancarles una blasfemia, un viva al comunismo ruso, y los labios de aquellos permanecen mudos, no rompen su temblor más que para expander sobre sus verdugos el grito solemne de ¡Viva Cristo Rey!, repetido infinidad de veces.
«Como vieran que entre todos ellos se destacaba por su valor y su fe en el ideal religioso uno de ellos, contra éste recayeron las monstruosidades mayores.» Fué éste el Superior de los Frailes, P. Félix Echevarría[11].
Corriendo la noche, sin conseguir su capricho sacrílego de oírles pronunciar ninguna blasfemia, se dispusieron a darles muerte, sacándoles de la cárcel en grupos de cuatro en cuatro, para fusilarles en las tapias del campo santo. Duró esta trágica operación alrededor de tres horas, desde las doce a las tres de la madrugada[12]. El chófer A. D. R., requerido a llevarles en auto al cementerio, nos declaró los detalles de la ejecución de la manera que sigue:
«Me presenté ante la cárcel con el coche, y de doce y media a las tres de la madrugada, más o menos, fueron llevadas al cementerio, las doce personas detenidas, que oí decir eran frailes. A la salida de la cárcel, los dos primeros que iban amarrados juntos, como todos los demás, de dos en dos, fueron obligados a dar vivas a la república y al comunismo. Al subir al auto, uno de ellos dijo: «¿Qué harán de nosotros esta noche?». Uno de los milicianos le dió un culatazo que le hizo prorrumpir en un ¡ay! lastimero.
»Los milicianos se disputaban el ir en el coche, tal vez con el fin de despojarles de las prendas de vestir, zapatos, etcétera. A uno que en el coche miró hacia un lado le riñeron y obligaron a que mirara hacia delante.
»- ¿Para qué miras hacia los lados? -le dijeron.
»Ya en las puertas del cementerio, a su derecha, en la puerta del cementerio civil, los pusieron en cuadro, atados de dos en dos, mirando a la pared. Le obligaron a encender los dos focos del auto, y descargaron sobre los detenidos sus fusiles, cayendo aquéllos desplomados al suelo. Repitieron las descargas por si no estaban rematados.
»Volvieron al pueblo y sacaron otros cuatro de la cárcel. Notó que estos cuatro iban rezando bajo.
»Al llegar al cementerio, los colocaron en fila delante de los otros.
»Uno de estos cuatro reconoció a los muertos, y dijo a sus compañeros:
»- ¡Son ellos, son los nuestros!
Trató uno de los cuatro de ponerse de rodillas y no se lo permitieron. Era éste un anciano, de cabellos blancos. Había además, en este grupo, otro anciano, también cano y de color sonrosado[13]. Al dispararles el tiro, todos cayeron de bruces, menos aquel cano, que cayó medio de espaldas, conservando todavía la vida. Uno de los milicianos le descargó un culatazo que, en vez de dar en el herido, dió en el suelo, siendo esto causa de que se le rompiera el fusil por la garganta. Entonces otro, reprendiéndole ásperamente por haber roto inútilmente el arma, disparó su fusil contra el anciano, diciendo: «¡Así se hace!» Y el pobre anciano cayó al suelo exánime, sobre los demás. Para mejor rematarles, les dieron el golpe de gracia, a fin de que no quedara ninguno con vida.
»Volvió luego a la cárcel por los restantes, que igualmente, en la misma forma y sitio, fueron fusilados. A todos los sacaron de la cárcel en mangas de camisa, y después de matarles les quitaron los zapatos y demás prendas útiles; dejándoles con los pantalones y medias[14].
»Al volver del tercer viaje, que fué el último, cuatro milicianos que iban con él en el auto, venían hablando entre sí sobre el fraile que quedaba en la cárcel. –Vamos a ver, decían dos de ellos, si hacemos blasfemar al otro fraile que está en la cárcel. Ya verás tú si yo le hago blasfemar-. Intervino un tercero y dijo que no debía hacérsele nada, porque, después de todo, seguía su ideal. Replicaba el otro: -No, hombre, no; hay que acabar con todos ellos; es necesario que no quede ni uno solo.
»Posteriormente oyó decir que al fraile que quedó en la cárcel le atravesaron las piernas de un tiro y que aun medio vivo le llevaban al cementerio por su pie; pero que, como no podía andar, le recogieron en unas parigüelas y en ellas le llevaron, conforme oyó decir a un ciclista de los rojos.» Hasta aquí el conductor A. D. R., que, obligado, intervino contra su voluntad en la conducción de nuestros religiosos al matadero.
«Mientras el primer viaje al cementerio, vuelve a declarar el testigo de vista D. M., que sería hacia media noche, empezaron a martirizar a uno de los Padres con unos vergajos de cauchú, para ver si podían conseguir que blasfemara, y cuando los golpes eran, al parecer, irresistibles, daba un grito diciendo: ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Religión!
»Ante estos gritos, los verdugos se indignaban y se decían el uno al otro: «¡Dale más fuerte, dale más!...» Y cuando volvía a repetir el fraile varias veces ¡Viva Cristo Rey!, le dispararon un tiro, que no le mató. Continuaron otra vez los golpes con el vergajo, a fin de poder arrancarle una blasfemia. «Has de decir ¡Viva el comunismo libertario! ¡Viva la República! ¡Viva Rusia! Has de blasfemar diciendo ......!» La respuesta valiente y enérgica del fraile era: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España! ¡Viva la Religión!...
»Y viendo que no podían conseguir nada, le dieron otro disparo, del cual cayó al suelo. Ya en el suelo, le empezaron otra vez a insistir: -¿Vas a decirlo? ¿Vas a blasfemar? Mira que si no lo dices y no blasfemas, te cortaremos una oreja, que se pondrá en un relicario...- Como el fraile callaba, dijo uno de ellos: -Ala. venga. córtale... Lo vas a decir?..- Le cortaron, en efecto, la oreja, y el Padre, entre agudos dolores y lamentos decía; -¡Perdón! ¡Perdón! Sea todo por Dios!...[15]
»Tumbado el Padre en tierra, un miliciano andaluz decía: -Yo le voy a cantar una copla, a ver si se arrepiente al fin, y lo dice (la blasfemia que le proponían). –Yo le voy a dar un cigarrillo para que fume, añadió otro. - Y un tercero: -Le voy a traer una silla para que se siente...
»Le cantaron, en efecto, la copla, y le pusieron un cigarrillo sin encender en la boca, que todavía vió al día siguiente el denunciante en el suelo, juntamente con el charco de sangre y la silla en que junto al Padre se había sentado el cantador de la copla.
»Este religioso era el mismo a quien hicieron fregar la primera vez el piso de la cárcel, doble de cuerpo y cara ancha.
»Le obligaban a levantarse del suelo y a caminar, pero, como no podía levantarse solo, le ayudaron, y por su pie, arrastrando, trataron de llevarle al cementerio. No sabe más de lo que hicieron con él.
»Recuerda que después de cantar la copla, se dió cuenta de lo avanzado de la hora uno de ellos y dijo: -¡Chico, son ya las cuatro! Vámonos ya. Cógelo; agárralo. Y lo arrastraban, ayudado por su pie, y lo sacaron fuera de la cárcel, desde el patio de la misma, donde había un arbolillo, suponiendo que lo llevarían al cementerio.
»Al día siguiente oyó decir, o más bien comentar a los milicianos de esta manera: -¡Hay que ver la disciplina que tienen estos frailes! Consienten que los maten antes que quebrantar sus creencias. A nosotros nos dan dos palos y decimos lo que quieren que digamos. A ellos, en cambio, no hay quien les arranque una palabra. Lo mismo sucedía con los curas y con el fraile Tena.» (Era éste el jesuita P. Ricardo Tena)[16].
En la misma mañana que dieron muerte a nuestros religiosos se presentaron en casa de M. G. dos socialistas y, hallando con él sobre el suceso del día, que era la muerte de los frailes, le dijeron estas palabras, más o menos textuales: -Estos tíos sí que están ciegos, muchacho; mira que se les hacen y se les dicen cosas, y se les pega, y no hay quien les haga decir una blasfemia, que digan...
En nuestro deseo de recoger noticias sobre el fin de nuestros frailes, habiendo sabido que en la cárcel de Azuaga había detenido un joven socialista, que tuvo intervención en los sucesos de aquella ciudad, obtenido el permiso nos dirigimos a ella. Era éste un joven del vulgo, lazarillo de uno de los jefes revolucionarios de Azuaga, de un tal Sanabria; tenía buena ropa, lucientes zapatos, que no le caían bien, que por lo desaliñado denunciaban la propiedad ajena. Nos dijo que a los frailes de Fuente-Obejuna los trajo a Azuaga Maltrana con otros. No presenció su muerte, porque él estaba ocupado en otra cosa en el hospital; pero que oyó decir que ataron a uno en el corral de la cárcel. Le propusieron que blasfemara, y al no contestar, le dieron un tiro en una pierna. Quien disparó fué Montera. Le insistieron que blasfemara, y entonces, ya herido, dijo: ¡Viva Cristo Rey! Le hicieron otro disparo en otra pierna, y contestó lo mismo, diciendo ¡Viva Cristo Rey! Entonces le cortaron una oreja; y visto que no podían conseguir sus propósitos, le hicieron un disparo en la cabeza y le mataron. Quien le cortó la oreja fué Cándido Blanco Gordón.
A los demás frailes les mataron por la noche, y a todos les propusieron que blasfemaran, pero ninguno quiso hacerlo, según oyó decir a sus compañeros. Añadió que el Padre Tena también se negó a blasfemar, y que dijo ¡Viva Cristo Rey![17]
Como colofón a cuanto llevamos dicho sobre el martirio de los Padres de Fuente-Obejuna, vamos a trasladar la relación hecha por un socialista de toda la vida, apodado Baldomero, de 34 años de edad y enemigo de la religión, fusilado en Azuaga pocos días después de entrar las tropas, por su actuación durante el dominio de los rojos.
Refugiado éste en el sótano de la casa de un vecino –que es quien tuvo la atención de referírnoslo- cuatro días antes, aproximadamente, de entrar las tropas en Azuaga, cuando se presentaron en ésta los aviones nacionales en exploración para la toma de la ciudad, y por consiguiente, un día o dos después de la muerte de los Padres, desinteresadamente, y por venir a cuento en la conversación, y por estar, además, asqueado de las canalladas de sus compañeros, refirió cuanto sigue: «A todos los frailes en general les pegaron palizas enormes para que gritasen Viva el Comunismo libertario, grito que no fué contestado más que por uno en estado de enagenación mental, como el mismo socialista hizo observar al exponente»[18]. Como viesen que entre todos ellos se destacaba uno por su valor y su fe en el ideal, contra éste recayeron las mayores monstruosidades que vamos a relatar.
«Después de las palizas, le cortaron una oreja y le dijeron que si gritaba viva el Comunimo libertario, no le darían ninguna clase de tormento. A esto contestó el fraile con un grito de ¡Viva Cristo Rey!
»Después de pinchazos en todo el cuerpo, le cortaron la otra oreja, y seguía él gritando ¡Viva Cristo Rey! Le pegaron otra paliza y le sacaron un ojo, y seguía todavía ¡Viva Cristo Rey! Le sacaron el otro ojo, y a cada nueva perrería griaba siempre con más fe y más valor: «¡Viva Cristo Rey!».
»Le pegan un tiro en una pierna, y siempre lo mismo: ¡Viva Cristo Rey! Le pegan un tiro en otra pierna, y ya se desmayó. Hicieron para reanimarle, y cuando lo consiguieron, le cortaron la lengua, y en tal agonía, casi sin conocimiento, entreabría todavía la boca, dando a entender ¡Viva Cristo Rey! Y a culatazos le remataron, dándole un golpe con la culata del fusil en la mandíbula.
»Todo esto lo refirió textualmente el mencionado socialista, parte presenciado por él mismo, y parte de referencia, por sus compañeros, ya que, según él mismo decía, no podía presenciar tales monstruosidades, y se retiró durante ellas. Y lo refirió como asombrado de tanto valor y heroísmo... El mismo pueblo, del cual hubo bastantes testigos de vista, reaccioní y comentaba el caso de verdadero heroismo.
»El exponente da entero crédito a la relación que le hizo el socialista, por las circunstancias de la persona, que toda su vida se dedicó a desprestigiar la Religión, y además, porque la hizo sin miedo ni interés...» (R. M., Azuaga, 4 Noviembre 1936).
En medio de la pequeña confusión y divergencia que se ha podido notar en los relatos de la prensa y en las declaraciones de los varios testigos oídos, muy explicables por cierto en días tan aciagos y de tanto terror y espanto, revélase en ellos claramente un fondo de verdad, a todas luces evidente, que manifiesta con segura e innegable certeza que nuestros siete Frailes de Fuente-Obejuna, y con ellos sus siete compañeros seglares, murieron heroicamente por la Religión y por la Patria, al grito magno y espontáneo, que brotó de los pechos de todos los que morían sacrificados, de ¡Viva Cristo Rey!
En la conciencia de toda la población de. Azuaga está, que a los frailes, llevados allí desde Fuente-Obejuna, les dieron una muerte muy cruel y sangrienta. Descender a los pormenores del martirio, por aquéllos sufrido, y aplicar a los individuos en concreto el género de sufrimiento, y la hora y lugar en que sucumbió la víctima, está reservado a los que fueron testigos de la muerte y de aquellos sufrimientos. Los testigos pueden pertenecer a dos bandos, al bando de derechas o al bando de izquierdas. A los dos bandos nos dirigimos en demanda de noticias, y logramos escuchar a tres caballeros que, por sus ideas derechistas, habían sido detenidos y encarcelados casi dos meses en la prisión de Azuaga, de la cual no salieron hasta que no llegaron las tropas nacionales libertadoras. Vieron, por tanto, y presenciaron los tormentos que se dieron a los Religiosos de FuenteObejuna, y se dieron cuenta exacta de su muerte violenta. Sólo les faltaba conocer indIvidualmente a las personas, para podernos indicar quiénes fueron los valientes que perseveraron firmes en la confesión de su fe, y se negaron a renunciar de Cristo, no aceptando el requerimiento de blasfemar de Él. Ninguno admitió esta propuesta, declaran aquéllos de común acuerdo, y todos indistintamente confesaron su religión y prorrumpieron en gritos de ¡Viva Cristo Rey! Pero declaran además que hubo dos que murieron solos en la misma cárcel con circunstancias especiales, que ya hemos notado arriba, sobre todo uno, el que murió en la noche, de cuyo martirio se dieron perfectamente cuenta, aunque permanecían en su calabozo, porque éste tiene un ventanuco, desde el cual se ve el pasillo de la cárcel, y una ventana bastante grande, que da al patio, en el cual se desarrolló aquella triste escena, y que por estar inmediato, aunque no podían ver, distinguían claramente las palabras, los golpes, los movimientos, los ayes y lamentos de la víctima, y las proposiciones que se le hacían, y cómo repítió, al menos diez o doce veces, siempre con voz viril y enérgica, el grito de ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Religión! ¡Viva España!
Como no los conocían, no podían concretarnos quiénes eran; pero, por las indicaciones que nos hacían, especialmente el señor M., que no perdió detalle y se impuso al corriente de aquel sangriento drama, comprendimos, desde luego, tanto yo, como mi compañero Fr. Antonio Murillo, que el que murió al mediodía en el patio de la cárcel fué el P. José Azurmendi, y el que había sido tan cruelmente atormentado, durante la noche, en el mismo patio, era el P. Félix Echevarría. Tal era nuestra creencia y de ello estábamos persuadidos.
En otro viaje a Azuaga llevamos la fotografía de varios de los Padres, entre ellos del P. Félix, y el señor M. reconocíó en ella al fraile de los tormentos de aquella noche, para él de tan triste recuerdo. Quedaba otro recurso todavía; pero éste parecía, por el momento, insuperable, cual era el de reconocer sus cadáveres; y también éste, gracias a Dios, se pudo vencer; y, cuando dos meses después, tuvimos el consuelo de desenterrar y recoger sus restos, para trasladarlos a Fuente-Obejuna, pudimos identificar sus cadáveres y apreciar perfectísimamente que al P. Félix le había sido cortada la oreja izquierda, y que el P. Azurmendi estaba envuelto en la manta con que, decían los testigos, había sido envuelto el religioso asesinado al mediodía. Queda, por tanto, aclarado, que estos dos fueron los que murieron en la cárcel.
Nuestro deseo hubiera sido comprobar otros detalles que contribuyeran a esclarecer el martirio sufrido por nuestros Religiosos y aclarar lo dicho por el socialista y los periódicos, de que les sacaron los ojos al P. Félix y le cortaron la lengua; pero la descomposición de los cadáveres y el mal olor que despedían, y la premura con que se hacía el trabajo de exhumación fueron causa de que no pudiéramos conseguir nuestros deseos. Aun para la identificación de los cuerpos tuvimos que servirnos de las marcas de la ropa, y del color de los vestidos y de otros signos exteriores que, aunque no dejaban lugar a duda, no eran propiamente personales. Por eso conceptuamos difícil, sino imposible, poder constatar que conservaran los ojos y la lengua y otras señales de martirio que hubiera sido de gran interés comprobar.
Del bando de izquierdas, tenemos al joven que visité en la cárcel, al socialista Baldomero, cuyo relato se consignó arriba y a muchos otros del pueblo, que se hicieron eco de las noticias que por aquellos días corrían de boca en boca sobre los horrores cometidos con los frailes, y de los cuales se hizo igualmente eco la prensa, consignados así mismo por nosotros arriba. Tanto el testimonio de unos como el de los otros, conviene en lo esencial, a saber, que a los frailes de FuenteObejuna les dieron muerte cruel a todos en general, que hubo algunos en quienes más se ensañaron, y que todos permanecieron firmes en la confesión de su ideal religioso, y murieron dando vivas a la Religión y a Cristo Rey.
Notamos sólo una circunstancia, ya indicada, en los tormentos dados al P. Félix, y sobre la cual repetidamente preguntamos al señor M., sin que pudiera este señor aclarárnosla, referente a saber si, en efecto, le sacaron los ojos y le cortaron la lengua. Oía dicho señor perfectamente las proposiciones que le hacían, los lamentos que daba, las respuestas valientes del Padre y, sobre todo, los gritos heroicos y enardecidos de ¡Viva Cristo Rey! que nos aseguró repetiría al menos doce veces. Nos dijo además que aquella escena duró al menos cuatro horas, de las doce, más o menos, hasta las cuatro de la madrugada. Aquella repetición de ¡Viva Cristo Rey!, tantas veces, aquel tan largo espacio de tiempo se concilian muy bien con la declaración del socialista, y nada implica que no pudiera darse cuenta el señor M., por cuanto él no lo veía y sólo se daba cuenta de que le estaban atormentando de diferentes maneras, que sonaron dos tiros, que amenazaron con cortarle las orejas y le pareció que se las cortaban, etc., cosas todas muy en relación con lo declarado por el citado socialista, y dé que se hicieron eco tanto el pueblo de Azuaga, como luego los periódicos, uno de los cuales, «FE», recordó el episodio con un hermoso artículo, del cual nos complacemos recortar, como término de este capítulo, las siguientes líneas[19]:
«... ¡Viva Cristo Rey! Suena la invocación como una injuria que enfureciese a los rojos y una diabólica malignidad cobra empeños de desquite y rivalidad de pugilato y corta una oreja al mártir de la fe.
»¡Viva el Comunismo libertario!
»- ¡Viva Cristo Rey! Viva.
»Agujerean el cuerpo al sangrante franciscano con toda clase de punzaduras, y después le cortaron la otra oreja.
»¡Viva el Comunismo libertario! ¡Viva Rusia!
»- ¡Viva Cristo Rey!...,¡Viva España!
»Todavía en su furor, la bestia roja, exasperada, inventó un refinamiento más sádico. Sacaron al heroico franciscano uno de los ojos.
»- Has de gritar ¡viva el Comunismo! ¡Viva Rusia!
»- ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España!...
»Y le sacaron el otro ojo, dejándole las cuencas vacías. Y el tesón de la fe, vencedor del pugilato blasfemo, llevó al padre franciscano por el camino de todos los dolores y agonías hasta agotar todas las resistencias nerviosas. Después el tiro a una de las piernas; luego al blanco perforante a la que quedaba sustentado el cuerpo invencible, hasta que la masa sangrante se desplomó sin fuerzas; pero con la voz aún entera para seguir gritando el viva inmortal a Cristo divino, Rey de los mundos y de las almas.
»Entonces le arrancaron la lengua. Y así, mutilado, casi exánime, con el ronco hervor de sangre que le ahogaba a borbotones, todavía, como aliento supremo de una vida que iba a remontar sus alas al cielo, el padre franciscano balbuceó el postrero viva a Cristo Rey, hasta que a culatazos le destrozaron la mandíbula y desaparecieron en piltrafas deleznables aquellos labios santificados por tan heroicas plegarias.
»Así murió para gloria de la Religión y de la Patria el padre Félix Echevarría, de la Orden de San Francisco de Asís».
Desde luego, muerte tan heroica y valiente despertó gran entusiasmo y mucha admiración en cuantos oyeron el relato que trajo la prensa periódica de ella y comenzaron a considerar al P. Félix como uno de los grandes mártires de nuestro Movimiento, cobrándole devoción y veneración especial, y encomendándose a él en sus apuros y tribulaciones. Son varios los que confiesan haber conseguido gracias y favores por su mediación. Quiera el cielo que un día podamos verle con sus compañeros de martirio elevado al honor de los altares.
[1] Número 12.572, año XXXVIII, 26 septiembre 1936.
[2] A. B. C., año 32, núm. 10.405, 4 octubre 1936.
[3] La Unión, año XIX, núm. 6.855, 5 octubre 1936.
[4] Hoy, Badajoz, año IV, núm. 1.087, 17 octubre 1936.
[5] Segundo Avance del Informe Oficial sopre los asesinatos. (Julio-septiembre), MCMXXXVI, pág. 12.
[6] Otro señor, encarcelado del 14 de agosto al 24 de septiembre, E. M., declara que «vió a dos frailes fregando el suelo. Uno grueso, de 45 a 50 años, estatura regular, ojos grandes, a medio pelo. El otro, joven de 22 a 25 años, barba negra, ojos grandes, de mirada torva. Lo mismo declaró otro señor detenido. M. E., libre con los anteriores.
[7] Dos señoras, santeras de la Capilla del Santo Cristo del Humilladero, vieron pasar por frente a su casa a cuatro escopeteros que llevaban a dicha Capilla un religioso, hacia las 10 y 11 de la mañana, para fregar su suelo. Le vieron ir y volver, y que se secaba las manos con un pañuelo blanco. «Era tipo agradable, Coloradito, y representaba unos 50 años, de cara más bien larga.»
[8] Los señores E. M. y M. E. declaran asimismo: «Al mediodía, habiendo sacado uno a declarar, le mataron en el corral de la cárcel». La señora G. declara que «a la una oyó un tiro en la cárcel y le pareció a ella si sería el mismo que lavó la Capilla. Pero no sabe quién fué. La gente decía si sería el Superior. Vió que sacaban de la cárcel, liado en una manta, sobre dos palos, a este muerto, que se decía era fraile. Le pareció, y casi estaba cierta, que movía las piernas cuando le echaron en la camioneta». Igual declaró E. G. Una joven, C. G., que vivía cerca de la cárcel declara que «al mediodía sonaron dos disparos. Se dijo, era el Superior de los frailes. Le envolvieron en una manta, y en un camión, a la una y media de la tarde, le llevaron al cementerio... llevaron al Superior al patio de la cárcel, y querían que declarara sobre las armas y que blasfemara, y, como no quería, le mataron junto a un árbol».
[9] Declaración de J. D. C., amigo de Fr. Simón, a quien le comunicó este diálogo un amigo suyo, presente a él en la cárcel.
[10] M. E., detenido, dice: «A todos les obligaron a blasfemar y ninguno contestó. El más enérgico fué uno de estatura regular y robusta, que les sirvió de ludibrio. Contestó que jamás lograrían oír de él una blasfemia, aunque le mataran cien veces».
[11] Un socialista, que se lo comunicó a un señor médico, que nos lo declaró formalmente, y que merece entero crédito, de cuya declaración, más adelante nos ocuparemos.
[12] «Hacia las doce de la noche comenzaron a llevárselos de la cárcel. Primeramente llevaron cuatro, y luego otros cuatro, y después los cuatro restantes. Los milicianos se disputaban el ir con ellos, bien por sacar algo de los mismos, o por el gusto de matarles. Decían que los llevaban a Badajoz, pero los llevaron al cementerio. A cada una de las secciones de cuatro, al poco rato de salir, oyéronse muchas descargas de fusil. Al volver los milicianos, y al día siguiente, se gozaban de la muerte dada a los Religiosos y seglares, cuyas prendas de vestir recogieron. Es menester, decían, que no quede uno de esos frailes.» (M. M.)
[13] En efecto, entre los doce fusilados, dos eran ancianos de más de sesenta años, Fr. Miguel Zarragua y D. José Barranco, los dos, santos varones y ambos encanecidos, razón por la cual no sabemos a quién atribuir lo que afirma el testigo.
[14] Así les vimos al desenterrarles, con pantalones, camisa y sólo medias. Únicamente D. José F. de Henestrosa llevaba unas alpargatas rotas puestas, y fué porque le habían despojado en la cárcel de zapatos, del pijama, de la chaqueta y chaleco, de manera grosera e indigna, mofándose de él y diciéndole que se despojara de todo ello, que ya no le hacía falta. Entre los seglares, fué este caballero al que más se complacieron en molestar los rojos.
[15] Se cree que la oreja se la cortó Emiliano (a) Barbino, porque luego la paseaba orgulloso por el pueblo, colgada del ojal de la chaqueta. Un socialista me dijo que fué Cándido Blanco quien la cortó. Se dice que también intervino en la muerte de los Padres el latero Niñas. Todos estos fueron por ellos a FuenteObejuna.
[16] Aunque con menos detalles confirma lo mismo el testigo E. M. «En la noche que sacaron los frailes, en su madrugada, oyó bastante ruido y a un hombre quejarse amargamente. Y oyó un disparo... A pesar de taparse los oídos y no querer oír, le pareció sentir un Viva a Cristo Rey... En la madrugada en que presumía se estaba martirizando a alguien, oyó cantar a uno que lo hacía bastante bien».
Otro testigo, M. E. S.. declara que «sonó un disparo, y después otro, y se persuadió que habían herido al religioso, de quien hacían ludibrio, porque repetía: ¡Perdón! ¡Perdón! Oyó y notó, por lo que los guardias decían, que se levantaba y que le hacían caminar. Le parece que lo sacaron con vida de la cárcel. Le oyó gritar a este fraile: ¡Viva Cristo Rey! Está persuadido que a los frailes se les propuso blasfemar, y no lo hicieron, y que fueron, según él, mártires. Oyó decir a los milicianos, al volver de dar muerte a los frailes, ¡Vaya una gente, no se puede lograr renuncien a sus creencias. aunque los maten! ¡No iban cantando por la calle Viva: Cristo Rey!»
[17] Obra en nuestro poder la declaración de este joven, fusilado luego.
[18] Se refirió, sin duda, a lo que ya dijimos arriba de Fray Simón.
[19] F. E., de Sevilla, núm. 616, «Los crímenes de Azuaga», por Antonio Reyes Huertas, Corresponsal de la Agencia Logos.
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