Los iniciadores de la Renovación carismática fueron jóvenes que bebieron en dos fuentes casi simultáneamente, los cursillos de cristiandad en EE.UU. y los pentecostales protestantes. Es llamativo que se reconozca el origen cursillista de los iniciadores pentecostales católicos pero que en las autohistorias de Cursillos, como la de Forteza, no se hable de estos vástagos.
Ahí se iniciaría un sincretismo católico protestante que ha llegado hasta hoy, pero la pregunta es qué tipo de formación recibieron aquellos jóvenes cursillistas americanos para aceptar tan de lleno las promesas de experiencia divina, venidas del llamado bautismo en el Espíritu. No se trata de que hubiera una "penetración", sino que los espíritus de aquellos jóvenes universitarios estaban predispuestos, porque en los cursillos les habían entregado unos libros en apariencia intrascendentes sobre apostolado protestante de calle y fenómenos místicos de lenguas. Bien, en realidad no es tan simple como unos libros, aunque se haya hecho mucho énfasis en ellos. Es toda una filosofía que venía teniendo lugar en los Cursillos, como se sabe de origen español en 1943; algunos elementos de esa filosofía serían determinantes, no porque fueran así presentados en los famosos rollos cursillistas, sino porque fueron los tomados como decisivos por los jóvenes iniciadores del carismatismo católico. Veamos algunos de esos elementos:
En primer lugar, el éxito apostólico, basado en un método que combinaba una muy estrecha planificación, todavía más pronunciada de lo que había sido el estilo de la Acción católica de siempre, y una espontaneidad con uso del humor en las alusiones a lo sagrado que parecía tener la virtud de poner lo trascendental al alcance de cualquiera. El iniciador del movimiento cursillos, Eduardo Bonnin, era persona con mucho sentido del humor en el lenguaje, sus juegos de palabras para presentar cualquier punto doctrinal se hicieron legendarios entre los seguidores; quizá su más famosa anécdota es cuando utilizó su humorístico estilo nada menos que para convencer a dos condenados a muerte a arrepentirse la misma víspera de su ejecución, lo que milagrosamente se consiguió. Empezó de esta manera a hablar con uno de ellos: "Cuando le nombran a alguien para un cargo importante, le salen muchos amigos para usar su influencia, y yo he venido aquí para pedirte una influencia...". Claro está que, detrás de todo esto, había muchos chicos de cursillos que sabedores del hecho habían estado rezando el rosario por las calles de noche a la misma hora.
En los primeros 60 cursillos que tuvieron lugar, se convirtieron a la fe todos los asistentes menos uno. Sin embargo pronto llegaría la contradicción. El obispo de la diócesis mallorquina fue conquistado por los jóvenes cursillistas, que en varias ocasiones le llevaban en andas dentro del mismísimo coche episcopal hasta el palacio del obispo, a veces hasta un kilómetro; el obispo acabaría diciendo yo no os bendigo con una mano os bendigo con las dos.
Se suscitó una lucha entre los detractores de los ruidosos e irreverentes jóvenes y el obispo que los defendía, siendo éste llamado a Roma y depuesto. Posiblemente para salvaguardar los Cursillos, monseñor Hervás, que así se llamaba el obispo, desde su nuevo destino en Ciudad Real, se hizo con las riendas del movimiento y se desentendió de los iniciadores del mismo, con Bonnín a la cabeza; item más el nuevo obispo de Mallorca prohibió el movimiento en la isla durante 6 años hasta 1963; pero lo que no contaba ninguno de los dos obispos es con la enorme influencia de Bonnín entre los cursillistas, para los que era figura legendaria; un tipo de influencia que los religiosos veteranos de órdenes religiosas, como los jesuitas, siempre han tenido muy claro que debía evitarse: los liderazgos fuera de los cargos eclesiales. Este liderazgo, pero ya insertado, sería luego modélico en la futura renovación carismática, siendo su eco lejano la formación de líderes seglares que buscaba la antigua Acción católica, y que también degeneraría lamentablemente.
Sin entrar en guerra con los obispos, pero persuadido de que las instancias jerárquicas al tomar el movimiento lo clericalizaban y desvirtuaban, Bonnin dedicó sus energías a la expansión del movimiento en América; allí, en la Universidad de Notre Dame, fue donde hicieron cursillos jóvenes universitarios, alguno de los cuales con radical conversión, que se convirtieron en dirigentes y tomaron los métodos del movimiento cursillos en extremo bien organizados y de gran eficacia. Este anhelo de eficacia, el mismo de Cursillos, es el que los orientó hacia la siguiente etapa de mucho mayor y ruidoso éxito, el que brindaba el bautismo en el Espíritu, y allá que fueron a pedirlo a un grupo de oración, dirigido por una señora episcopaliana; ella revelaría a los suyos que tenía conciencia de que el Espíritu ( ¿qué espíritu?) quería actuar entre los católicos.
Llamativo es que años después, no sólo la Renovación carismática había sido creada desde Cursillos, sino que otros grupos protestantes se apropiaron de la eficacia del método cursillista y lo acomodaron a sus iglesias, entre ellas luteranas y anglicanas. Años después, Bonnín, el iniciador, se congratularía de esta expansión no católica del método cursillos. Era el caso que desde la jerarquía católica española se le había prohibido toda actividad proselitista ni viajes vinculados a Cursillos que no fueron expresamente aprobados, prohibición que se saltó, sobre la base de conspicuos consejos sobre competencias debidas o indebidas. Y ahí llegaron las consecuencias: porque hay obras santas y obras buenas además de las malas, pero las inicialmente buenas que no siguen la directriz divina, aunque ésta venga a veces por medio de obispos fáciles al abuso de poder, degenera en consecuencias desastrosas, de gravísima consecuencia para la vida de la Iglesia.
Hoy quieren postular a Bonnin (+2007) para los altares, pero de conseguirlo se calificarían a sí mismos los que lo llevasen a cabo, pues él y su gente, con la mejor de las intenciones fueron la fase previa en la ignición de la Renovación carismática, y sus sincréticas prácticas en el fuego del espíritu. El Espíritu Santo bien puede acudir a nuestra llamada pero, si no se le deja a El soplar donde quiere, (incumpliendo la oración "Y no se haga mi voluntad sino la tuya"), adviene lo que no es el Espíritu, pues ya no se sabe discernir y una casa que empezó muy bien acaba por venirse abajo, tanto en lo personal como generacionalmente.
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